[ES] Por la identidad

Nuestro cerebro tiene una forma bastante rudimentaria de categorizar al resto de humanos como “amigos” o “enemigos”. Lo malo es que en función del saco en el que caigas, el filtro por el que se te va a percibir cambia de forma radical. De hecho, nuestro cerebro utiliza dos mecanismos de la corteza prácticamente opuestos para procesar a unos o a otros. Por ejemplo, cuando una persona es etiquetada como “amiga”, la forma que tenemos de procesar y percibir lo que hace esa persona no se distingue demasiado de cómo nos procesaríamos a nosotros mismos.
Yotto Bano (2008) Fresa Osuna. Barcelona

Publicado originalmente el 24 de Junio de 2022

Nuestro cerebro tiene una forma bastante rudimentaria de categorizar al resto de humanos como “amigos” o “enemigos”. Lo malo es que en función del saco en el que caigas, el filtro por el que se te va a percibir cambia de forma radical. De hecho, nuestro cerebro utiliza dos mecanismos de la corteza prácticamente opuestos para procesar a unos o a otros. Por ejemplo, cuando una persona es etiquetada como “amiga”, la forma que tenemos de procesar y percibir lo que hace esa persona no se distingue demasiado de cómo nos procesaríamos a nosotros mismos. De forma (muy) simplificada, lo hacemos desde diferentes partes del neocórtex donde se integran diferentes fuentes de información y procesamiento que producen lo que creemos es nuestra experiencia consciente. En realidad, esto no es más que la consecuencia directa de un complejo mecanismo evolutivo biológico que está absolutamente enraizado en nuestra inherente orientación a la cooperación. Por otro lado, cuando etiquetamos a alguien como no-amigo lo procesamos a través del neocórtex, pero con la mayor presencia de otros centros del cerebro, como la corteza insular, mucho más enraizada en el sistema límbico, mucho más conectada con las emociones, y, por lo tanto, mucho más susceptible de promover una experiencia consciente condicionada. De hecho, para etiquetar a alguien como enemigo no hace falta mucha información, ya que al cerebro le gustan las asociaciones sencillas porque no requieren demasiado esfuerzo de computación. Por eso, perfilar a alguien como “enemigo” lleva consigo un sesgo colateral fundamental: “qué importan los hechos, lo que importa es que no me gusta”. Desafortunadamente, desde hace muchos años y a través de intereses de moral cuestionable, ha habido una pequeña parte de la humanidad que ha aprovechado la oportunidad de usar la identidad como “herramienta” para muchas cosas que poco tienen que ver con aumentar la cooperación entre personas. Precisamente por eso, para compensar, y porque es mejor intentar estar siempre en el eje del bien, vamos a aprender un poco más sobre la identidad y su relación con la cooperación.

La forma de sobrellevar que existan barreras y limitantes hacia la cooperación es precisamente que esta se sitúe en el centro del desarrollo. Dicho de otra forma, y aun a riesgo de que parezca un juego de palabras, para promover la cooperación hay que querer aumentar la cooperación. Esto, aunque parezca vacío, se ha de traducir en hechos, en forma de acciones y recursos que refuercen los códigos por los cuales los grupos generan sus estructuras: la interacción, el intercambio y la interdependencia. Para tal efecto, esencialmente podríamos destacar tres soluciones estratégicas sobre las cuales habría que destinar tiempo, espacio y, en definitiva, atención. En primer lugar, la identidad y la identificación, que como ya hemos avanzado trataremos en este post. En segundo lugar, la confianza como factor a desarrollar y, por último, las estrategias que provocan una implicación de los integrantes de un grupo sobre la monitorización de su propio rendimiento, tanto individual como colectivo. Hoy nos toca hablar de la primera solución. 

La identificación entre los miembros del grupo que promueva una generación de identidad compartida es una de las estrategias que más llegan a impactar en el sentido de unidad y de pertenencia. Los fans de Pink Floyd, los seguidores del Bàsquet Girona (por cierto, felicidades), los amantes de la paella, los que visten camisetas de cuello vuelto… todos esos, y todos los otros que se nos ocurran, son grupos que se forman a través de elementos categoriales mínimos que nos sirven para generar simpatías o afectos. Las personas conectamos entre nosotras a través de la identificación, es decir, tú y yo conectamos en el momento en el que atendemos a aquello que nos une o aquello que pensamos que nos hace similares, por encima de (o incluso ignorando) aquello que creemos nos separa o hace diferentes. En la medida en la que nos veamos similares aparecerán más conductas cooperativas entre nosotros. No obstante, fíjate que el hecho de que nos veamos más similares es algo que está lejos de ser objetivo. Las personas nos vemos parecidas en aquello que estamos prestando atención que, por definición, implica dejar de prestar atención a todo lo demás. Dicho de otra forma, nuestra percepción es absolutamente parcial e incluso puede llegar a ser totalmente arbitraria, condicionada, sesgada, manipulada… De hecho, tal y como nos enseñan los sesgos cognitivos, de los que hablaremos en otra ocasión, el sesgo de confirmación, por ejemplo, nos dice que prestamos atención a aquello que confirma nuestras creencias e ignoramos todo lo que las ponga en tela de juicio. Por eso, la percepción va a estar siempre inducida por multitud de influencias.

En cualquier caso, lo que es innegable es que las semejanzas nos unen y provocan que tengamos conductas socialmente proactivas entre las personas. La identidad es el proceso por el que los miembros de un grupo comienzan a verse similares, a identificarse, en función de valores, objetivos, actitudes y conductas que comparten entre sí. En realidad, podríamos decir que hay un a semejanza en los marcos cognitivos o filtros por los cuáles pasamos nuestra experiencia de realidad. Las personas entendemos la identidad como aquella sensación que hace que estemos ligados en destino a otros. Dicho de otra forma, generamos identidad en función de lo compartidas que sean nuestras experiencias, pero también nuestras misiones y propósitos.

No nos debería de extrañar, pues, que la mayoría de los esfuerzos que deberían hacer los grupos, y más concretamente los grupos virtuales (por su disminuida interacción), a favor de su cooperación es el de ampliar su sentido de identidad. Esto significa resaltar y remarcar la significación y la importancia de lo que hacen de forma constante, así como su impacto. Al final, como ya he mencionado antes, el objetivo es promover una proximidad percibida con las otras personas, y la identidad es una estrategia potente para hacerlo. Por lo tanto, todos los grupos, y en especial los grupos virtuales, deberían buscar la forma de remarcar continuamente aquello que les asemeja. Cada vez que dos personas en un grupo coinciden, comparten y celebran juntas, están poniendo en relevancia sus similitudes. Toda actividad que favorezca este tipo de percepciones estará trabajando por la identidad.

No obstante, la identidad no debería trabajarse de forma aislada. De hecho, la identidad se puede provocar de forma muy rápida. Basta con designar un enemigo común para generar un sentido identitario inmediato. En la mera creencia de que hay escasez de recursos, sean reales o no, y que haya otro grupo que esté en competencia por esos recursos, se genera rápidamente un sentido de cohesión identitario, algo casi automático. Esto ocurre, por ejemplo, cuando nos ponemos a jugar a un deporte de equipo, el momento en que se designan las escuadras ya nos enmarcamos en una identidad. Ahora bien, dura lo que el partido dure, y poco más. Todo lo rápido que puede consagrarse una identidad puede desaparecer. Cuando se fuerza, su duración será más bien corta y su alcance superficial. Por lo tanto, la identidad es bueno trabajarla para que sea estable y tenga una consideración de consistencia para que no tenga un efecto efímero. La clave es el mantenimiento, remarcar y celebrar de forma más o menos habitual aquello que nos asemeja. Si esta tarea se reserva sólo para eventos o momentos puntuales, quedará en una estrategia vacía que podría incluso ser contraproducente.

Por lo tanto, la identidad se trabaja de forma orgánica y de forma continuada. Las estrategias más inteligentes pasan por resaltar objetivos compartidos, proyectar un aprendizaje cooperativo, un crecimiento conjunto… lo que, en definitiva, se resumiría en construir, de forma colectiva, una misión de futuro.

Estamos en junio, un mes que celebra el orgullo de la diversidad. Por eso, el último mensaje de este post no podía ser más adecuado al momento: Celebremos siempre nuestras diferencias si

n olvidar nunca nuestras semejanzas y usemos la identidad, siempre, como una herramienta que sirva para la unión y la promoción de la cooperación entre personas. 

Por un mundo más afectivo.

Como referencia, hoy solamente recomiendo un libro, también está en castellano, se llama “Dignos de ser humanos”: 

Bregman, Rutger (2020) Humankind. London, England: Bloomsbury Publishing PLC.

Imagen de portada: Yotto Bano (2008) Fresa Osuna. Painted at “Arenas Cinema/Market”​, Barcelona