Publicado originalmente el 21 de Abril de 2020
“Me encantan los días de lluvia. Son los únicos momentos en los que siento que hago lo que toca hacer, que estoy donde me toca estar.”
Si fuera escritor y me pusiera a escribir una novela en medio de este confinamiento, probablemente esta sería la frase que abriría esa historia. Pero como lo mío es otra cosa, aprovecho la oportunidad para abrir este post con esa frase tan literal como literaria para hablar de la individualidad, del concepto de lo normal y la inabarcable variabilidad del mismo. Supongo que para poder hacer estas cosas uno se abre un blog.
Debido a los tiempos de confinamiento y amenaza constante que estamos viviendo, para muchos de nosotros ha cambiado nuestra vida de forma absolutamente radical. Dependiendo de las circunstancias, el enorme tiempo de abstinencia de la posibilidad de elección, el impedimento forzado de la autonomía, nos provoca que podamos tener respuestas conductuales que varían y evolucionan en función de la semana, el día, o incluso las horas. En este post no vas a encontrar sugerencias ni secretos, puesto que no dispongo de ellos. Me conformo y me doy por satisfecho con que me leas, y si algo de lo que voy a contar te resulta interesante, tenemos bingo.
Partimos de un precepto muy claro, independientemente de la enorme variabilidad de estado en el que está sumido cada uno, esto nos está afectando mucho y de formas muy diversas. Pero vamos al polo más alejado de lo que constituiría la situación de confinamiento y sus consecuencias. ¿Cuál sería el punto más exagerado en la que un ser humano puede encontrarse confinado y cuáles son sus consecuencias psicológicas? Entender el extremo nos puede dar un buen punto de inicio del máximo de las consecuencias psicológicas o hacia qué respuestas tiende la forma más radical de privación de libertad. Decía George Kelly que para entender un constructo, la forma en la que una persona construye su mundo, hemos de conocer sus polos, sus puntos más alejados y opuestos, y desde ahí, quizás, podamos trazar ciertas similitudes.
Siguiendo este juego, tenemos el fenómeno psicológico de privación máxima descrito como el Death-Row Phenomena o el Fenómeno del Corredor de la Muerte, al que le sigue una descripción sintomatológica descrita como síndrome bajo el mismo nombre. Se ha descrito que mientras los prisioneros en EEUU en confinamiento en el corredor esperan su muerte, estos acaban por desarrollar trastornos mentales muy severos, tales como la psicósis activa, un estado o brote que genera una pérdida de noción o contacto con la realidad, además de todos los síntomas asociados con la depresión que describiremos en mayor detalle más adelante. A nivel de procesamiento del cerebro podríamos decir que lo primero es consecuencia de una intensificación de lo segundo, que es lo que los psicopatólogos describen como depresión psicótica o psicosis depresiva.
Sea como fuere, los delirios de estas personas alcanzan cuotas rara vez vistas en otras condiciones y se describen episodios de comportamientos increíblemente bizarros, alucinatorios y paranoides de una naturaleza extraordinariamente intensa. Los psiquiatras y psicólogos forenses confirman que, a pesar de que las personas que están en estas condiciones de deprivación pudieran tener características psicopatológicas preexistentes, hay evidencia suficiente como para afirmar que esta sintomatología tan severa no se hubiera producido sin la privación de estímulos y la privación social.
Estas condiciones han sido objeto de una gran discusión alrededor de los derechos humanos ya que se ha descrito que estas personas no son capaces de rendir de forma adecuada en un juicio o apelación en el que puedan estar en condiciones de defender su inocencia, pero esto es otro tema.
A nivel cerebral, se ha descrito que las psicósis generan una sobre-activación de los canales que conectan diferentes subregiones de procesamiento sensorial debido a un desorden bioquímico de neurotransmisores. Dado que nuestra experiencia consciente es un fenómeno creativo, consecuencia de distintas computaciones que realizamos de información que proviene del exterior (sentidos) y comparamos con lo que tenemos en nuestro interior (memoria), es de esperar que cualquier alteración bioquímica que influya en esta interdependencia tenga enormes consecuencias en la experiencia de la realidad.
Vamos a pararnos un segundo para dotarle a esto que acabo de comentar, un punto más de complejidad, después volvemos al fascinante mundo de la patología. Nuestro cerebro cuenta con distintos mecanismos de interpretación de la información que percibimos del exterior que interactuan, a su vez, con otras estructuras de información que tenemos dentro del cerebro. La computación conjunta que generan todos esos sistemas produce lo que entendemos como conciencia perceptiva del aquí y el ahora. De forma esencial, podríamos dividir esa experiencia consciente como el resultado de la interacción entre dos tipos de procesamiento: el afectivo y el de la información; y ambos, cabe decir, funcionan a un altísimo grado de interdependencia. A continuación he preparado una ilustración (adaptado de Lee, J.D. en el libro “Attention, from theory to Practice” pp.73-89) donde se mencionan los distintos aparatos funcionales de procesamiento del cerebro y cómo interactúan entre ellos.
De forma muy breve, en el procesamiento de la percepción, hay dos tipos de dimensiones de computación, el dominio afectivo y el dominio del procesamiento de la información y como veis están en total y continua interacción.
En primer lugar si tomamos en cuenta el procesamiento afectivo, tenemos dos tipos de influencias que atienden a diferentes procesos afectivos, la regulación del estado anímico (relacionado con otra multitud de subprocesos tales como la acumulación de vivencias y premoniciones, predicciones o expectativas sobre los resultados, efectos e influencias del contexto…) y el procesamiento emocional que, como veis, afecta al condicionamiento de todos y cada uno de los subprocesos que forman parte del procesamiento de la información. En la parte amarilla, podéis ver en primer lugar todo lo relativo al estímulo. ¿Qué características guarda el estímulo para la persona? ¿Cómo de intensa es mi relación con ese estímulo? ¿Cómo yo me enfrento a ese estímulo? Esto se relaciona a que cada uno de nosotros procesamos los estímulos de forma diferente, por ejemplo, cuando yo veo un SEAT Córdoba gris por la calle, la valoración que yo le doy a ese estímulo y la valoración que le puedes dar tú es bien distinta, ya que ese estímulo para mi tiene una asociación diferenciada, ya que ese fue el primer coche que conduje y consideré mío hace unos cuantos años.
Otro subproceso que entra en juego es la propia percepción, la descodificación de la información sensorial per se, por ejemplo todo lo que implica que el reflejo de la luz en un objeto se convierta en información que mi cerebro sea capaz de procesar. Toda esta computación, como veis, se puede ver afectada también por el procesamiento emocional.
Por otro lado, las memorias, tanto la de trabajo o corto plazo como la memoria a largo plazo, nuestra experiencia previa, nuestros aprendizajes previos. Por supuesto, toda sensación produce una reacción, una selección de acción y elección de respuesta entre las diferentes alternativas, con sus correspondientes computaciones, que sobrellevará a la ejecución de la respuesta. Es importante remarcar que estos procesos, a pesar de que pueda parecer que tienen una secuenciación muy delimitada en el órden en el que aparecen, constituye una dinámica que se relaciona de forma semiautomática y de una manera tremendamente veloz. En realidad es prácticamente imposible ser conscientes de estas diferentes fases computacionales de forma separada, y a pesar que corresponden a fenómenos que ocurren en diferentes regiones cerebrales y en un orden secuencial, nuestra experiencia es unitaria. En otras palabras, para nosotros todo lo que incluye la percepción ocurre de forma aparentemente simultánea.
No obstante, aquí únicamente estamos observando el procesamiento percepción-acción que corresponde al dominio de la cognición, el cuál se une a otro tipo de computaciones que están pasando al mismo tiempo en el cerebro y que tienen que ver con otros dominios. En este sentido, y sólo a modo de curiosidad, este otro esquema (adaptado de Barret & Satpute, 2005, en Current Opinion on Neurobiology) nos puede ayudar a entender la correspondencia entre diferentes tareas y su correspondiente área cerebral a la que se asocian. Los diferentes dominios psicológicos específicos representan de forma aislada las diferentes tareas que son computadas por estas tres áreas del cerebro. En este esquema aparece una tarea de procesamiento para el cerebro, y se le asocia una región diferenciada (miedo en la amigdala, persona-percepción en la corteza prefrontal dorsomedial, control-cognitivo en la corteza prefrontal dorsolateral).
Sencillamente lo que he querido ilustrar con esto es la complejidad de nuestro sistema perceptivo y cómo este se relaciona con la experiencia en la que creemos vivir. De forma sencilla, podríamos decir que son un montón de máquinas que trabajan de forma conectada y en la que todo cambio en el entorno va a generar una distorsión en la forma en la que esas máquinas son capaces de trabajar juntas, y que tendrán, obviamente, un efecto en el resultado. Como ves, nuestro cerebro nos enseña que somos increíblemente sistémicos y que estamos sujetos a la influencia y distorsión de todo lo que tenemos alrededor. Con esto no quiero transmitir la sensación de que somos frágiles, al contrario, la interacción de esos sistemas es tremendamente robusta y adaptativa, aunque que seamos más conscientes de cómo funcionan podría proporcionarnos cierta flexibilidad y capacidad para relativizar. Al menos, esa es mi intención.
Pero volvamos a la patología. Igual que cuando uno mira por internet un conjunto de manifestaciones y cree saber su dolencia, quiero remarcar que ni siquiera los psicólogos somos efectivos cuando nos “autodiagnosticamos”, así que tampoco te toca hacerlo a ti. Ninguno de los síntomas o conjunto de síntomas de forma aislada constituye un diagnóstico y, obviamente, ha de ser explorado de forma sistemática y rigurosa por una persona con el conocimiento adecuado.
Dicho esto, esta sería una enumeración de síntomas de la depresión: Falta de interés en las actividades diarias; sensación de vacío, tristeza; desesperanza; cansancio y falta de energía; baja autoestima, autocrítica o sentirse incapaz o inútil; dificultades para concentrarse y tomar decisiones; irritabilidad o enojo excesivo; disminución de la actividad, eficacia y productividad; evitar las actividades sociales, aislamiento; sentimientos de culpa y preocupaciones por el pasado; falta de apetito o comer demasiado (como respuesta ansiosa, a cada uno nos da por un sitio); problemas para conciliar o mantener el sueño.
Lo interesante (en lo que respecta a este post) de esta concatenación de síntomas es que podríamos identificar cómo cada uno de estos síntomas constituye precisamente un error de procesamiento en una o varios subprocesos al mismo tiempo de las estructuras que antes hemos mencionado. A modo de ejemplo, tomemos el primer síntoma de la depresión que antes hemos enumerado, “falta de interés en las actividades diarias”. Efectivamente ese síntoma constituye, en primer lugar, un condicionamiento en el procesamiento afectivo, especialmente en el estado de ánimo y en las emociones que pueden surgir de ese mismo estado, y en consonancia constituye una falla en el procesamiento de la información, directamente asociado desde el primer subproceso: la forma de evaluar, valorar y relacionar la información que tenemos a nuestro alcance del estímulo. En este sentido el procesamiento afectivo disminuye la capacidad cognitiva de valorar la información y proporciona un condicionamiento desproporcionado, en este caso, negativo que afecta a toda la experiencia consciente del aquí y el ahora. ¿Acaso no te ocurre que cuando estás frustrado tienes la percepción que todo te sale mal y que deberías haberte quedado en la cama? Eso es la consecuencia, precisamente, de una percepción condicionada, en la que la valoración del estímulo está distorsionada o sesgada.
Como quizás habrás pensado, una repetición de este fallo perceptual que se sostenga durante un tiempo más o menos prolongado, nos podría hacer pensar que las personas puedan definir que sienten “una falta de interés en las actividades diarias”. Podríamos hacer esto con cada uno de los síntomas y veríamos que, en todos los casos, podríamos establecer una consecuencia derivada de diferentes errores de la percepción puesto que, en definitiva, nuestra experiencia consciente es un cocktail de diferentes procesos que se influyen entre sí y que tienen una gran facilidad para alterarse en relación a la realidad.
Estoy seguro que durante estos días habéis sentido alguno de estos indicios, o un conjunto de ellos, por semanas, por días, o incluso por horas. Estoy seguro porque a mí también me ha pasado, no uno ni dos, sino varios de esos síntomas los he experimentado en estos días en un momento u otro. Y eso tiene mucho que ver con las condiciones en las que cada uno tratamos de sobrevivir y subsistir.
En esencia, la privación de libertad constituye una base sobre la cuál existe un pre-condicionamiento casi paranoico de coacción. En el corredor de la muerte, viven en un contexto por el cual están en constante conciencia de que alguien (el estado, la justicia, la sociedad…) les quiere matar. En nuestro caso, viviendo en confinamiento, el objeto “enemigo invisible” es algo incluso más confuso para muchos ya que es impredecible e inevitable. Con esto no quiero decir que nuestra experiencia sea, por ese motivo, peor que en el corredor de la muerte, ni mucho menos, pero trato de establecer similitudes en marcos mentales donde se observa la presencia de los mismos elementos: privación constante de libertad de interacción social en la forma y condición en la cuál nos hemos acostumbrado a tenerla, la privación de estímulos (o nuevos estímulos) al encontrarnos de forma continuada en el mismo entorno y, por último, un objeto amenazante en el horizonte que nos causa altos grados de angustia.
Por lo tanto, los efectos extremos nos pueden otorgar un marco de entendimiento sobre el cuál nos vamos a ver reflejados. Si atendemos a este cuadro extremo, la mayoría de escenarios sintomatológicos que podamos imaginar que podrían encontrarse categorizados por debajo de esto, entrarían dentro de lo que se consideraría “normal”, dadas las circunstancias.
Pero entonces, ¿qué es normal? Si de todo lo que he descrito, en mayor o menor medida, lo has sentido pero aún así lo puedes o has podido controlar, tienes recursos cognitivos para relativizar, aceptar, aunque te cueste a veces más, aunque te cueste otras veces menos, constituye el amplísimo espacio de que podríamos categorizar como normal. De forma muy sencilla, podría decirse que lo normal es todo aquello que no es patológico.
¿Y después, cuando salgamos, qué? Se han descrito en los últimos años diferentes respuestas que podemos esperar en el momento en el que podamos volver a una situación de relativa desescalada de la condición de privación en la que vivimos. Entre ellos, hay una enorme variabilidad y subtipos de estrés post-traumático, pero se describe uno que es más común en pacientes que han padecido tiempos prolongados en hospitalización u otros tipos de aislamiento social. En este subtipo, se describen episodios depresivos leves, variaciones nerviosas y la búsqueda descontrolada e impulsiva de compañía e interacción social que ocurre como mecanismo para liberarse de pensamientos irracionales invasivos asociados con la ansiedad de muerte. Fíjate que en estos últimos tiempos en los que la muerte tiene una participación tan presente en nuestra conciencia y en la conciencia social, representa ya, en sí mismo, una condición-objeto de la que podríamos tener dificultades para desprendernos.
Seguramente, la variabilidad de intensidades que se den en unas u otras personas de cada uno de los signos anteriormente descritos plantearán el escenario en el que prácticamente todos nosotros nos encontremos en un momento u otro. En definitiva, indudablemente lo que cabe esperar es que haya algún tipo de dificultad en el ajuste, es algo previsible que nuestra capacidad cognitiva se vea alterada o, como poco, bajo la influencia de las distintas creencias que hemos podido ir afianzando de forma más o menos consciente durante este tiempo. Nuestro cerebro es tremendamente plástico, pero necesita tiempo y, seguramente, esfuerzo para ajustarse.
En definitiva, entender que nuestra percepción es una consecuencia de un conjunto de diferentes computaciones y las distorsiones de estas, que ocurren en nuestro cerebro, a mí me sirve para flexibilizar, relativizar, pero sobre todo, para perdonarme. Creo que estamos en días en los que es importante que cada uno nos convirtamos en nuestros aliados y no en nuestros enemigos.
Si veníais buscando algún consejo, yo solamente te puedo decir que esto pasará y que aquello de si la vida te ofrece limones tienes que hacer limonada, pues mira igual cuando esto pase ya estarás para hacer caso al refranero, de momento lo único que de verdad importa es que trates de cuidarte más y culparte menos, y que con eso ya tienes bastante 😉
La imagen de portada es una fotografía correspondiente a la obra producida desde una cárcel en Egipto en 2017 por el activista político Mahmoud Mohamed Abd El Aziz (Yassin Mohamed) y titulada “Las flores que florecieron en las Cárceles de Egipto” (“The Flowers that bloomed in the Prisons of Egipt”) extraída de la exhibición “The Pencil is a Key” del Drawing Centre en Nueva York.