Publicado originalmente el 14 de Enero de 2020
Si hay alguna forma de conseguir que las personas en un grupo puedan llegar al máximo de sus capacidades, eso es el liderazgo. Por consiguiente, se entiende que hay factores que promueven que el grupo avance de mejor forma de cara a sus objetivos. Del mismo modo, hay factores que pueden facilitar que una persona desarrolle su capacidad o pueden bloquear la puesta a disposición de sus habilidades al grupo.
El estudio del liderazgo es una tradición relativamente nueva en la psicología, a pesar de que su apreciación viene desde la antigüedad. Los primeros intereses sobre la contribución del liderazgo en los grupos se basaban en supuestas cualidades extraordinarias de personas excepcionales que, por gracia divina, sobrehumana o hereditaria, eran destinadas a liderar grandes movimientos y movilizaciones de cambio en sus respectivos contextos. Precisamente el estudio de las cualidades de estos personajes históricos, del intento de identificación de patrones en sus cualidades, surge la conocida como “Teoría del Gran Hombre”. De esta aproximación se extrae la primera noción de liderazgo como un conjunto de cualidades innatas.
Por suerte, y debido a la tendencia de principios del siglo XX de introducir el método experimental en los estudios psicológicos, se comenzó a plantear una mirada al liderazgo desde más perspectivas que las de las cualidades innatas.
De ahí es de donde se llegó, a finales de los años 40, a la primera idea rupturista: las cualidades que requiere el mejor liderazgo van en función de la situación sobre la que este sirva.
Después, se introdujeron factores de complejidad, como, por ejemplo, la asunción que hay estilos más orientados a la tarea y otros más orientados a personas que sirven a diferentes necesidades y tienen distintas consecuencias.
A partir de aquí, la investigación en Psicología Social como respuesta en la evolución de las empresas ha ido siempre muy de la mano. La predisposición de las organizaciones empresariales para servirse de nuevas herramientas que puedan aportarle capacidad competitiva es una relación causa-efecto de lo más lógica. Además, cabe decir que esta relación ha sido increíblemente fructífera durante muchísimos años. Gente increíblemente creativa ha puesto a disposición de la empresa una traducción de los avances de esta área a modelos fácilmente traducibles a la rutina empresarial. Ese es el germen y la causa de la cantidad de modelos de liderazgo que existen en la actualidad.
El nuevo siglo ha traído consigo una nueva revolución en el conocimiento psicológico que viene facilitada por el desarrollo de las técnicas de neuroimagen. La producción científica en la arena de la neurociencia de los últimos 20 años ha sido extraordinaria. Muchísimo trabajo de investigadores excepcionales nos ha permitido entender cada vez mejor la forma en la que el cerebro procesa la información, las emociones y lidia con sus necesidades. Tal y como lo fue en la primera mitad del siglo XX, se abre ahora una nueva oportunidad para trasladar ese conocimiento en formato aplicado.
Estamos en un momento de efervescencia y disrupción en el mundo de la empresa, en el cual la aportación de las ciencias es más necesaria que nunca. El objetivo en el progreso continuo está claro, se necesita la aportación de nuevas ideas que contribuyan a conseguir nuevos desafíos en una sociedad en constante evolución.
Hoy en día, todas las empresas que decidan que no pagan a sus trabajadores por pensar, probablemente estén cavando su propia tumba al medio-largo plazo. El mundo global ha provocado que nos situemos en un entorno de altísima competitividad. Esta realidad promueve que las empresas pongan a los clientes en el centro de sus actividades, dotándoles del máximo poder de influencia. Las personas hemos cambiado la forma en la que consumimos. La lealtad de los clientes está cada vez más cara. Exigimos a las empresas que realicen mayores esfuerzos por ganarse nuestra fidelidad. Estos entornos de presión en los que se han convertido nuestras organizaciones sólo tienen una forma en la que pueden tener éxito de forma sostenida, y es precisamente pagando a sus trabajadores para que piensen más y mejor.
Una empresa que quiere ser competitiva al largo plazo está obligada a proporcionar entornos donde las personas puedan dar el máximo de sí mismas. Y aquí es, precisamente, donde todo lo que vamos aprendiendo sobre el cerebro puede aportarnos muchísima información valiosa.
Si cogemos cualquier diccionario de competencias y capacidades de cualquier puesto de trabajo de una organización, con independencia de si tomamos una habilidad soft o una competencia técnica, nos daremos cuenta de que va asociado a un aspecto fundamental del cerebro. Vamos a verlo con un ejemplo.
Aquí tenemos cuatro habilidades que podrían formar parte de la descripción de necesidades competenciales de un especialista de atención al cliente. Al otro lado, tenemos diferentes capacidades que pueden tener el cerebro en distintas tareas. Si fragmentamos las competencias de esta forma, nos damos cuenta de que todo lo que podamos aprender sobre cómo nuestro cerebro procesa, por ejemplo, la conciencia del otro nos puede servir también para mejorar en esa competencia.
En otras palabras, si conocemos cómo procesa el cerebro diferentes tipos de información vamos a poder incorporar ese valor a nuestras competencias personales.
En definitiva, todo lo que nos pueda aportar entendimiento y comprensión sobre la forma en la que las personas procesamos la información que tenemos a nuestro alcance se puede utilizar para la regulación consciente de cómo actuamos. Cuanto más consciente hagamos que sea aquello que nos resulta automático, mayores posibilidades tenemos para cambiarlo.
La parte frontal de nuestro cerebro, el lóbulo frontal, es un gran dominador de nuestros impulsos. Cuando le ponemos las suficientes ganas y esfuerzo somos capaces de calibrar muchas de nuestras respuestas, de cómo actuamos. Y esto, hacer consciente lo inconsciente para poderlo regular, es en mi opinión la gran contribución que los estudios científicos pueden aportar a nuestras empresas.
En muchos casos, la forma que tenemos de organizarnos y restructurarnos en nuestros entornos de trabajo provoca que tomemos inercias en gran parte de nuestras interacciones. Tanto en una organización como un equipo, cuanto más expuestas se tengan las dificultades, mayores serán sus posibilidades de resolución.
En definitiva, nuestras conductas derivan de una consecuencia de diferentes procesamientos que acciona nuestro cerebro sobre la información que recibe de su entorno. Cuanto más capaces seamos de exponer estas dificultades, mejor serviremos como facilitadores de su resolución. Ahí es, precisamente, donde más y mejor somos capaces de pensar para nuestras empresas.
He abierto el artículo con una foto de Greta Thurnberg, una niña que representa el empoderamiento de una generación sometida y el hartazgo de ver a los mayores incapaces de resolver. La energía de cambio de los más jóvenes es increíble precisamente porque no han llegado a la indefensión aprendida, como hemos llegado desde generaciones posteriores y que nos han hecho abandonar o aminorar la intensidad de lucha. Esta y otros niños que luchan por el cambio climático luchan sin temor a equivocarse y convencidos de que su propósito es el correcto, porque es por un bien colectivo y se fundamenta en razones que a pesar de que han sido provocadas por la pedagogía de los mayores, a los mayores no nos llegan. Al igual que en otros movimientos, como en el 15M o las primaveras árabes, o revoluciones más ideológicamente transversales como los nuevos movimientos feministas. Ese liderazgo funciona, porque ese colectivo está en sincronía y por lo tanto se moviliza al unísono. No se en las vuestras, pero en mis redes sociales hay una superpoblación de mensajes cliché como “el líder va detrás”, “lo importante son las personas”, “el colectivo es la fuerza”, y otros muchísimos más a la que debido a muchos factores nos hemos impermeabilizado. Nos pueden incluso resultar vacíos de contenido, pero la buena noticia es que están calando en las nuevas generaciones porque ellos no están, aún, condicionados.
A mi me inspira esa ingenuidad o falta de condicionamiento, precisamente porque alguna vez yo también la tuve, y me recuerda que en algún momento a lo mejor me equivoqué al perderla.
The caged bird sings
with a fearful trill
of things unknown
but longed for still
and his tune is heard
on the distant hill
for the caged bird
sings of freedom.
El pájaro enjaulado canta un temeroso trino sobre algo desconocido mas ansiado aún y desde la lejana colina se escucha la melodía pues el pájaro enjaulado canta a la libertad.
Último verso del poema de Maya Angelou (1983) “Pájaro enjaulado” (“Caged Bird”)
Fotografía de portada de Greta Thurnberg propiedad de TIME Magazine, publicada en la edición de 2019 de TIME Person of the Year