Publicado originalmente el 30 de marzo de 2020
Si hay un factor de influencia de ser humano, ese es el social. El juicio, la pertenencia, el ostracismo, el estatus, el tipo de fuerzas de origen social que juegan un papel de influencia sobre cómo pensamos, cómo sentimos y cómo actuamos es total. No sólo eso, lo social es tan indivisible al ser humano que es capaz de transformar físicamente nuestro cerebro.
Por ejemplo, se ha encontrado en investigación con primates que el tamaño de la amígdala correlaciona con la dimensión de la red social de un individuo. Dicho de otra forma, cuantos más amigos tengas vas a desarrollar una amígdala de mayor tamaño. Como ya hemos hablado en alguna ocasión, esta estructura discrimina si un estímulo o una situación es potencialmente amenazante, y en caso de que así sea inicia una respuesta de lucha o huída. Una amígdala más grande implica una amígdala con un mayor número de conexiones y, en teoría una mayor capacidad discriminatoria (sí, solamente por una diferencia de volumen). Esto significa que una mayor cantidad de neuronas en esta área podría capacitarnos para identificar, aprender y reconocer mejor las pistas socioemocionales de las personas con las que compartimos. Es decir, podríamos generar computaciones o procesamientos más elaborados, lo que a su vez podría permitir un desarrollo de estrategias más complejas, y menos instintivas y automáticas.
Si hay un factor de influencia de ser humano, ese es el social. El juicio, la pertenencia, el ostracismo, el estatus, el tipo de fuerzas de origen social que juegan un papel de influencia sobre cómo pensamos, cómo sentimos y cómo actuamos es total. No sólo eso, lo social es tan indivisible al ser humano que es capaz de transformar físicamente nuestro cerebro.
Por lo tanto, sí, tener amigos es bueno para el cerebro, muy bueno de hecho, no sólo por tener un mayor soporte social que nos proporciona seguridad y certidumbre ante las potenciales amenazas sino porque además nos hace tener un procesamiento del miedo más capacitado y fino, más preparado a realizar computaciones a priori algo más elaboradas.
La interacción social requiere del procesamiento de muchos tipos de información diferente provenientes de un individuo o un grupo de personas. El procesamiento de la información social requiere un trabajo conjunto de los sistemas del cerebro que se encargan de procesar información sensorial, motora y cognitiva. Precisamente porque el análisis y la evaluación de la información social pasa por tantas regiones de nuestro cerebro, se amplifica su capacidad para sesgar o condicionar nuestra percepción de la realidad. Vamos a echar un vistazo a los diferentes aspectos que entran en juego en el procesamiento social.
Cuando tenemos a alguien delante, tomamos la información que nos llega a través de nuestro sistema sensorial, fundamentalmente la vista y el oído, para obtener información que nos permita evaluar el contexto. Por un lado, estamos atentos a todo lo que nos pueda informar sobre los rasgos de la otra persona. Recuerda el momento en el que conociste a alguien por primera vez. De forma inconsciente buscas información y la comparas con la que tienes almacenada de tus experiencias anteriores. Comparamos a la persona que tenemos en frente con otras personas que previamente conocemos. Esto facilita establecer un modelo de entendimiento que sirve a la hora de captar las emociones, motivadores e intenciones de quien tenemos delante. Recuerda que el cerebro siempre busca tener mayor certeza, especialmente en momentos de incertidumbre, como cuando acabas de conocer a alguien, que se percibe como un momento de gran volatilidad.
Además, en un primer momento alojamos una gran cantidad de recursos atencionales a nuestro interlocutor, ya que así podemos optimizar nuestra capacidad de ajuste continuo. Estamos en un estado de ultra percepción del otro, le analizamos cada gesto, cada reacción, solamente para intentar entender más cuanto antes. En un estado de decadencia o carencia de información a nuestra disposición, elevamos nuestra capacidad atencional para, precisamente, gestionar esa descompensación.
En pocas palabras, la información que recibimos de nuestro sistema sensorial la analizamos en el sistema cognitivo. La usamos, por un lado, para anticiparnos y generar predicciones sobre quién tenemos delante y, por otro, para tomar la decisión de cómo actuar y ajustar nuestra conducta. Finalmente, será a través de nuestro sistema motor que convertiremos este proceso en conducta observable.
Entender cómo ocurre este proceso nos permite facilitar la forma en la que podemos socializar con una persona. Si sabemos que el cerebro necesita información para generar anticipación y predicciones, es absolutamente necesario invertir tiempo de integración en el mismo momento que viene alguien nuevo a un equipo.
Recuerda la primera vez que entraste en un nuevo trabajo, o en un nuevo grupo de yoga, o en una fiesta en la que no conoces casi a nadie… Tu nivel de ansiedad es elevado entre otras cosas porque tu sensación de control es muy limitada.
Si alguien nuevo entra a un grupo y se espera que actúe como si hubiera estado siempre ahí, no se están resolviendo las necesidades de conocimiento que tienen todas las personas dentro del grupo. La consecuencia más directa de este hecho es que se comience desde la confusión, el juicio y/o la sobre interpretación, con los peligros que ello puede conllevar.
Una buena práctica, es facilitar desde el liderazgo que la forma de integrar a las personas sea una en la que participe todo el equipo y que se promueva que las personas se muestren genuinas en esta situación. Cuanto más auténtica sea esa información, más fácil será la adquisición de información relevante para todos. Por lo tanto, la primera necesidad de la integración de personas es el aumento del nivel de interacción. Cuanto más capaces sean las personas en un equipo para acoger a través de proporcionar interacción y comunicación al nuevo miembro, mayor será la capacidad de esas personas para resolver su necesidad de identificación, de buscar semejanzas entre sí y, en definitiva, de poder elevar su nivel afectivo.
Esta vez me ha llamado adornar este post con el arte de Roy Liechtenstein, las dos obras que adornan este post son unas de mis preferidas del artista, porque representan una historia de influencia entre dos personajes envueltos en su romance y entre ellas hay una enorme cercanía y lejanía al mismo tiempo. Yo me encontré con este autor hace muchos años cuando un amigo hizo un mural basado en la obra de este artista y siempre me interesó los fragmentos que escogía para replicarlos en su estilo pop. En ocasiones, este artista usaba viñetas de cómics como fuentes de inspiración en el que extraía el guión y dejaba abierta la interpretación de la escena. Me interesa sobre todo cómo el artista extrae el guión y eleva la escena en su ambigüedad en estas dos ilustraciones. Conecto mucho precisamente esa incertidumbre con la ansiedad causada por la ambigüedad con la interferencia social en nuestra percepción. Al lado la viñeta en la que se basa la obra “In The Car” que abre este post, en la Wikipedia hay más información al respecto.
Como curiosidad, y ya que seguramente algunos de mis convecinos de Barcelona no lo sabrán, hay una super reconocida escultura de este genial artista que adorna el Paseo Colón de nuestra bella ciudad.
Las ilustraciones usadas en este post corresponden a dos obras de 1963 del artista mencionado, Roy Liechtenstein. La primera es “In the Car” expuesta en el National Gallery of Modern Art de Edimburgo, Escocia. La segunda es “Thinking of Him” expuesta en el Yale University Art Gallery de New Haven, Connecticut.