[ES] ¿Y qué hago?

Bacon, F. (1949) Head VI. parte del Arts Council collection y expuesta en el Hayward Gallery, London.

Hoy voy a compartir una breve metáfora que siempre explico al hablar de las tomas de decisiones. Es algo que me acompaña siempre que tomo una decisión, sea de forma autónoma o colectiva, y muchas personas que han asistido a algún curso mío me han dicho que también les ha resultado útil. Así que aquí va. 

¿Qué implica una buena decisión? A lo mejor la primera respuesta que se nos ocurre es que las decisiones se juzgan por sus resultados. No obstante, hay muy malas decisiones con buenos resultados y muy buenas decisiones con malos resultados. 

Un ejemplo, imagina que una noche has bebido mucho más de la cuenta y decides coger tu coche para volver a casa. Probablemente, esa noche, resulta que tienes suerte y llegas bien a tu casa, pero desde una perspectiva del manejo del riesgo, el tuyo y el de los demás, no podría decirse jamás que coger el coche en ese estado haya sido una buena decisión. En este caso probablemente hayas ignorado muchos indicadores de riesgo con una excesiva confianza sobre unos resultados que eran deseables, llegar a casa cuanto antes.

El mayor problema de tomar malas decisiones que acaban teniendo buenas decisiones es que incorporamos información errónea a nuestro modelo mental sobre cómo funciona el mundo. Desafortunadamente, esto puede implicar problemas en los resultados de decisiones futuras.

Cuando tomamos una decisión estamos disponiendo recursos para la acción. Dicho de otra forma, las tomas de decisiones no son otra cosa que poner en marcha comportamientos, mecanismos o personas de una determinada forma. Además, cuando la decisión se convierte en una secuencia de acciones, no siempre puede ser inmediatamente revertida, y lo que es irremediable, es que independientemente de la calidad de esa decisión, acabaremos experimentando sus consecuencias.

¿Pero entonces cómo nos aseguramos de que una decisión es una buena decisión? Vamos con una metáfora que seguro que nos va a ayudar. Imagina un taburete de tres patas, si alguna de las patas de un taburete es más corta que las demás, el taburete se inclinará hacia ese lado, por lo tanto, siempre nos interesa que las patas del taburete estén niveladas para que sentarse en él no constituya un peligro de accidente. 

Elaboración propia

Considerando que la decisión es la base del taburete, donde nos sentamos, vamos a decir que hay tres patas distintas, pero igualmente importantes que sujetan esa base. Por un lado, tenemos las aspiraciones o valores que hacen referencia a la pregunta de qué quiero. Fíjate que aquí entraría todo un conjunto de computaciones que tienen que ver con mis intereses, aspiraciones, preferencias presentes y futuras. Dicho de otra forma, habrá un conjunto de informaciones sobre el qué quiero que tendrán una influencia determinada en la decisión. Por otro lado, la siguiente pata tiene que ver con lo que sabemos, nuestra experiencia o nuestra información acumulada a lo largo de nuestra vida. Pondremos en uso nuestros conocimientos adquiridos, nuestras competencias, nuestros aprendizajes y, en definitiva, lo que hayamos podido vivir en otras situaciones similares. Por lo tanto, todo lo que responda a la pregunta qué sé estará aquí. Por último, la tercera pata hará referencia a mis posibilidades de acción, cuáles son las alternativas de actuación frente a esta decisión, que corresponden a la pregunta ¿qué puedo hacer? Tiene que ver con el esfuerzo, la capacidad, la autovaloración o imagen de mí mismo, etcétera. 

Por lo tanto, cualquier decisión conlleva la influencia de cada una de estas tres patas. Asimismo, lo largas o cortas que estén estas van a provocar que, como ya he dicho, el taburete se incline hacia un lado hacia el otro. Pero claro, lo que nos interesa es que ese taburete sea lo más estable posible. No queremos accidentes. 

Breve nota de la imagen de portada: En la pintura de portada, el genial Francis Bacon reinterpreta una pintura de Velázquez, que muestra a un Papa Inocencio X confiado, poderoso y solemne, para cargarlo de brochas duras y drama que evoca todo lo contrario. Bacon, a diferencia de Velázquez, trata de pintar lo que él consideraría como el “verdadero” papa Inocencio X en esta dramática figura con la que al verla podemos especular si está siendo torturada o si se trata de alguien atormentado, pero que en todo caso difiere de la original majestuosidad papal del original barroco. Para mí Bacon no reinterpreta, sino que completa la obra de Velázquez y le dota de dimensión, ya que la unión de ambas hacen, probablemente, el retrato que más se acerca a la realidad.