Publicado originalmente el 30 de Enero de 2020
En una rápida exploración por el mundo de la pedagogía y sus distintas propuestas, a uno le viene a la cabeza que, a pesar de la orientación central que tenga el aprendizaje de un niño: la exploración, la imaginación, el civismo… todas entienden que la interacción social es central para el aprendizaje. Da igual que se llame Waldorf, Montessori, Reggio Emilia, HighScope, BankStreet o cualquier otra tendencia pedagógica. En todas ellas se aboga porque la interacción y la interdependencia en la infancia es un vector que ha de vehicular la experiencia de desarrollo, entre otros motivos, porque nadie discute que la experiencia social positiva facilita la adquisición del aprendizaje.
En la actualidad no solamente intuimos que esto es así, sino que sabemos cómo los mecanismos que facilitan la interacción social están estrechamente relacionados con la eficiencia del aparato de aprendizaje de nuestro cerebro.
En cualquier caso, vamos a tomar algunos avances que provienen de la ciencia pedagógica para tratar de esclarecer de qué forma y bajo qué justificación, podría darse realmente un aprendizaje cooperativo.
Los fundamentos del aprendizaje cooperativo, al margen de sus correlatos o explicaciones neurofisiológicas, utilizan como base la teoría de la interdependencia social. En ella se afirma en que existe una interdependencia mutua entre los miembros de un grupo cuando estos perciben que tienen objetivos comunes. Sobre esta dinámica, los grupos avanzan resolviendo diferentes tensiones o hitos de dificultad.
Estudios recientes demuestran que el aprendizaje cooperativo se asocia a niveles superiores de satisfacción en los estudiantes, llegaban más lejos a nivel de adquisición de conocimientos, razonaban mejor y tenían una mayor autoestima. No obstante, es cierto que este tipo de aprendizajes requieren de un entorno con algunas características específicas.
El primero, es que exista una interdependencia positiva. Esto significa que los participantes disponen su esfuerzo para el grupo. Cada miembro del grupo debería de adquirir un rol que implique una serie de responsabilidades y tareas sobre el propio aprendizaje en el grupo.
El segundo elemento trata de la interacción cara a cara, que facilita que exista intento activo, por parte de los miembros, del éxito mutuo. A su vez, los participantes deberían de asistirse en su propio proceso de aprendizaje a través del entendimiento y la verificación de los diferentes niveles de velocidad que tienen las personas de dentro del grupo. Aquí toma sentido la frase de que “un grupo es tan rápido como el más lento de sus miembros”.
En tercer lugar, debe de promoverse la responsabilidad individual y grupal sobre la cual cada participante demuestra sus avances y su esfuerzo a favor del grupo. Además, un buen liderazgo aquí debería tratar de disponer la manera de eliminar la holgazanería.
Cuarto, el grupo debería de invertir tiempo en mejorar sus habilidades de trabajo en equipo y, especialmente, su comunicación.
Por último, un grupo debería de poner de manifiesto las dificultades que tienen para resolver su propia interdependencia, así como para reconocer aquellas conductas que mejor sirven a los intereses u objetivos del grupo.
Llévalo a la empresa. El aprendizaje cooperativo tiene múltiples ventajas que puede significar una cultura de enorme competitividad. Un grupo como herramienta de desarrollo y acumulación de conocimientos. Un grupo donde exista una corresponsabilidad sobre sus resultados. Un grupo alineado, en confianza y con una comunicación directa, efectiva y constructiva. Sin duda alguna, elementos que se consideran fuente de agilidad, confianza y certeza, pero, por encima de todo, los ingredientes necesarios para que se optimice al máximo la expresión del talento.
La ilustración del post es la portada del cómic “Doomsday Clock” de DC Comics