Publicado originalmente el 30 de Marzo de 2020
“- Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades. No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto, no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!”
“‘Now, what I want is, Facts. Teach these boys and girls nothing but Facts. Facts alone are wanted in life. Plant nothing else, and root out everything else. You can only form the minds of reasoning animals upon Facts: nothing else will ever be of any service to them. This is the principle on which I bring up my own children, and this is the principle on which I bring up these children. Stick to Facts, sir!’”
Así comienza la novela Tiempos Difíciles (Hard Times) del genial dramaturgo inglés Charles Dickens. Son las palabras de Tomas Gradging, un hombre al que sólo le interesan los hechos, la realidad y las cosas serias y que nunca utiliza su imaginación. Sin ningún ánimo de hacer una crítica literaria, básicamente por falta de competencia, ya me gustaría, la novela de Dickens describe de forma exquisita las realidades diferenciadas por clase así como la perspectiva de túnel, probablemente en referencia al mito de la caverna de Platón, que fomentan la desigualdad social entre ricos y pobres de la inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX.
La razón por la cuál traigo este conflicto, es porque fundamentalmente creo que estamos en momentos de tomar conciencia de los sesgos a los que nos deriva nuestra percepción. Tengo la sensación que vivimos en un cada vez más estrecho túnel que nos lleva a responder en una fantasía de realidad con grandes dosis de distorsión.
Como no podría ser de otra forma, me voy a incluir en los “pecados” observados que relataré a continuación, porque sería meridianamente falso decir que no he caído en ellos. Describo la realidad robándole el símil a Maya Angelou que ya usé en otro post. Cuando un pájaro está enjaulado sólo busca la libertad, y en el momento que cree tenerla, vuela con ansiedad. Esto genera diferentes peticiones de principio.
He observado que volamos con ansiedad cuando hablamos como si fuéramos epidemiólogos, repitiendo (a nuestra manera) lo que una eminencia en epidemiología ha dicho aunque no lo hayamos entendido del todo, y sobre todo cuando opinamos como si fuéramos epidemiólogos. Además que cualquier cosa que nos suene parecido a lo que podría decir alguien que sabe mucho de epidemiología nos sería suficiente para confirmar que, en efecto, somos eminencias y que, por lo tanto, estamos en el derecho de hablar como lo que creemos que somos. Desafortunadamente, cuando estamos confinados, no tenemos a nadie que nos recuerde con la suficiente eficacia que no somos epidemiólogos.
He observado que volamos con ansiedad cuando hablamos como si fuéramos sanitarios, repitiendo (a nuestra manera) lo que una eminencia en sanidad ha dicho aunque no lo hayamos entendido del todo, y sobre todo cuando opinamos como si fuéramos sanitarios. Además que cualquier cosa que nos suene parecido a lo que podría decir alguien que sabe mucho de sanidad nos sería suficiente para confirmar que, en efecto, somos eminencias y que, por lo tanto, estamos en el derecho de hablar como lo que creemos que somos. Desafortunadamente, cuando estamos confinados, no tenemos a nadie que nos recuerde con la suficiente eficacia que no somos sanitarios.
He observado que volamos con ansiedad cuando hablamos como si fuéramos virólogos, repitiendo (a nuestra manera) lo que una eminencia en virología ha dicho aunque no lo hayamos entendido del todo, y sobre todo cuando opinamos como si fuéramos virólogos. Además que cualquier cosa que nos suene parecido a lo que podría decir alguien que sabe mucho de virología nos sería suficiente para confirmar que, en efecto, somos eminencias y que, por lo tanto, estamos en el derecho de hablar como lo que creemos que somos. Desafortunadamente, cuando estamos confinados, no tenemos a nadie que nos recuerde con la suficiente eficacia que no somos virólogos.
He observado que volamos con ansiedad cuando hablamos como si fuéramos economistas, repitiendo (a nuestra manera) lo que una eminencia en economía ha dicho aunque no lo hayamos entendido del todo, y sobre todo cuando opinamos como si fuéramos economistas. Además que cualquier cosa que nos suene parecido a lo que podría decir alguien que sabe mucho de economía nos sería suficiente para confirmar que, en efecto, somos eminencias y que, por lo tanto, estamos en el derecho de hablar como lo que creemos que somos. Desafortunadamente, cuando estamos confinados, no tenemos a nadie que nos recuerde con la suficiente eficacia que no somos economistas.
Creo que la idea se entiende. Evidentemente, se podría replicar el párrafo para cualquier comportamiento “cercano a” que hayáis observado. ¿Pero por qué pasa esto? ¿Por qué nos creemos eminencias y hablamos como si lo fuéramos? Es la forma que tiene nuestro cerebro de buscar de forma ansiosa certidumbre en un momento de amplísima incertidumbre, incluso hasta en ocasiones llegar al delirio. El ego, el narcisismo, fantasear sobre lo que uno es y sabe para generar una dominancia argumental, es una forma del ser humano de contribuir para generar una mayor certidumbre de entorno.
Aun a pesar del riesgo de sonar condescendiente, creo que deberíamos recordarnos más a menudo que ser una eminencia en algo requiere de muchísimo esfuerzo y de camino andado. Yo de cualquiera de las cosas que he comentado arriba no tengo ni idea, ni soy una eminencia en absolutamente nada, aunque a veces se me puede olvidar que es así y hay momentos en los que voy por la vida pensando lo contrario, hablando como si fuera una eminencia. Por suerte, sí que he invertido mucho tiempo en investigar y no hay mayor cura de humildad que hacer ciencia. Es muy difícil hacer buena ciencia, es tremendamente difícil y es costoso en recursos y sacrificios personales, una inversión tremenda en tiempo y en entendimiento que pocas veces ofrece un rendimiento de completa satisfacción. Aunque esta frase pueda parecer elitista, en realidad pretende ser todo lo contrario, creo que quien sabe de primera mano lo que es hacer ciencia tiene el doble de responsabilidad para no creerse una eminencia en algo que no ha investigado, aunque, como ya he dicho, demasiadas veces esto se nos olvida.
Estamos en una sociedad de consecuencias, en la que el esfuerzo por llegar a la respuesta se reduce a ser capaz de poner la palabra clave correcta en un buscador. A lo mejor es que ya hemos dejado de ser románticos y hemos perdido el gusto por hacer camino al andar. 5 segundos de esfuerzo en buscar y 8 segundos en una lectura en diagonal es muy poco tiempo, es muy poco tiempo para creerte que puedes opinar como si fuéramos eminencias.
Creo que es útil siempre tener presente que nosotros y nuestro pensamiento también somos consecuencia, en muchas ocasiones resultante de procesos muy poco elaborados, y producto también de una serie de sesgos cognitivos que nos influyen en lo que pensamos.
Hay tantos sesgos como fuentes de influencia. Nuestro cerebro trabaja con la información que tiene a su disposición y además, computa y procesa influenciado por una serie de sesgos que distorsionan esa información. Decíamos que cuando desarrollamos la elección de las opciones disponibles, interactúan los sesgos de procesamiento con los procesamientos activos. Voy a mencionar tan sólo seis, pero hay muchos más, los tenemos todos, y son la consecuencia de cómo diferentes estructuras de procesamiento de nuestro cerebro trabajan en interdependencia.
Por un lado, tendríamos el sesgo de la similaridad que describe la tendencia de estimar de forma más positiva a aquellas personas con las que uno es capaz de encontrar mayores similitudes.
Segundo el de conveniencia, que, como su propio nombre indica, tiende a sobrevalorar aquello que a uno le conviene.
En tercer lugar, el sesgo de experiencia, que hace referencia a la sobrestimación de las percepciones de uno que constituyen, a fin de cuentas, la experiencia consciente.
En cuarto lugar, el sesgo de distancia, que describe la tendencia de estimar favorablemente aquello que nos resulta más cotidiano o cercano.
En quinto lugar, y probablemente uno de los más profundamente enraizados por la forma en la que nuestro cerebro funciona a favor de su autopreservación, el sesgo de seguridad, que tiende a sobrevalorar aquello que pueda potencialmente poner en peligro a uno mismo.
Por último, y probablemente el más relevante con las tésis que estoy planteando en este post, el sesgo confirmatorio o de confirmación. Robo la definición de la primera frase de la Wikipedia ya que me parece sencillamente perfecta: “es la tendencia a favorecer, buscar, interpretar, y recordar, la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a posibles alternativas.” Desde luego, la clave son las últimas 7 palabras de esa frase.
A pesar de que existe un método científico en el que se supone que se basa en la observación, la pregunta, la hipótesis, el experimento, el análisis y las conclusiones, también es cierto que en muchas ocasiones cuando hacemos ciencia el orden de esos factores puede quedar ligeramente alterado y restar rigor (que no necesariamente validez) a las conclusiones. Algo que todo investigador tiene que tener siempre presente es evitar el cherry picking (recoger cerezas). Para el que no lo sepa, esta expresión hace referencia al acto de recoger cerezas, en el que se supone que tan sólo recogerías del árbol aquellas que tienen mejor pinta y parecieran más sabrosas, mientras que desecharías todas las demás. Llevándolo a la investigación, esta acción se refiere a mencionar aquella evidencia científica que soporta tus hipótesis y desechar aquellas que no lo hacen. Por suerte para las disciplinas científicas, en la mayoría de las ocasiones, el papel de los editores de revistas científicas es, precisamente, evitar que esto ocurra poniendo de relevancia toda aquella evidencia que has desechado mencionar en tu artículo, y esto trata de minimizar que ocurra. De hecho, como norma general, a mayor prestigio que tenga esa revista, mayor será el filtro que pasará tu contribución.
El caso es que, todos esos que creemos ser “eminencias en”, no paramos de generar sesgos de confirmación sobre nuestras hipótesis de partida. En una sociedad de consecuencias, en la que nuestra exposición a la información es selectiva, à la carte, el sesgo de confirmación es uno de los que toma mayor presencia. De hecho, númerosos estudios que se han ido conduciendo desde los estudios de disonancia cognitiva de Festinger en los 50, han ido verificando que a medida que nuestra posición sea más comprometida y/o radical con una idea preliminar o de partida, nuestra tendencia a seleccionar aquella información que nos lleve a un sesgo confirmatorio también se elevará.
Por cierto, estos son tan sólo seis ejemplos de sesgos, hay quienes han llegado a identificar entorno a los 175, y seguro que aún faltarían más.
En la forma en la que seamos conscientes del efecto de influencia que estos mecanismos están teniendo en nuestra propia toma de decisiones, seremos capaces de regularlos a través de nuestro control ejecutivo, que, como sabes, ocurre en nuestra corteza prefrontal. Fíjate aquí cómo el ser conscientes de nuestros propios sesgos nos permite entender su influencia y minimizarla de forma consciente a través de los recursos del control ejecutivo.
Hemos de entender que nuestra corteza prefrontal es un mecanismo de transformación y ajuste de estas distorsiones. Cuanto más conscientes seamos de nuestras desviaciones más podremos controlar su efecto de forma activa.
Dickens plantea en “Tiempos Difíciles” que el pragmatismo es, también, una cuestión de clases. En la novela se plantea que el comportamiento tiene su origen en la oportunidad. Hay que poder ser pragmático. Tener la posibilidad de acercarse a los datos no está al alcance de todos. Entiendo que la interpretación es que los que tenemos ese privilegio deberíamos tener una responsabilidad social a la que deberíamos atender de forma ejemplificante. Una responsabilidad para reducir conscientemente nuestros sesgos, de los que podemos ser conscientes, e invitar a la curiosidad y a la investigación, desde los hechos, como lo entendía Tomas Gradging, especialmente cuando la imaginación nos lleva a creernos “eminencias en” y actuamos en consecuencia.
Por otro lado, vivimos, por primera vez en mucho tiempo, un momento en el que se ensalza la heroicidad de personas que dedican toda su vida a investigar y cuidar (¡por fin!). Por primera vez se reconoce el valor de la ciencia y no se la margina o ridiculiza. Por primera vez se reconoce el valor de la sanidad pública y no se la cuestiona o maltrata.
Por eso, mi pequeño llamamiento desde aquí va a hacer pedagogía en el interés y la curiosidad, inculcar el amor por el camino. Me digo a mí: aprovechemos y seamos conscientes desde el respeto que no somos ni epidemiólogos, ni virólogos, ni sanitarios, ni economistas, ni… Pero admitamos que, a todos ellos, los admiramos y les aplaudimos por estar ahí. Es el momento de mostrar a nuestros pequeños que existen los héroes, que salvan vidas, pero que no tienen por qué llevar capa, ni tampoco tienen por qué vestir en mallas de colores.
A todos los héroes anónimos, a todos aquellos que estáis haciendo para que otros se sientan mejor de una forma u otra. A todos los profesionales de la sanidad que pagan las consecuencias de una devaluación y degradación de sus condiciones pero que a pesar de ello, siguen firmes en su vocación de servicio. A todas las científicas y científicos a quienes se maltrata de forma sistemática, se les ningunea y se les rechaza, pero que a pesar de ello muestran un amor tan fuerte por la humanidad que siguen a pesar de todo. A todas y todos que entendéis que la mejor forma de ayudar es quedándose en casa: Gracias.
El mural de portada es una obra del artista urbano Fake (2020) y las fotos han sido extraídas desde StreetArtNews y las fotografías son de Matthew A. Eller